Una es más auténtica cuando más se parece a lo que ha soñado de sí misma
El título es parte del guión de la icónica película "Todo sobre mi madre"
{Expresarnos activamente es un ejercicio cotidiano que nos genera bienestar y nos construye, un ejercicio que no es exclusivo de la clase creativa. Expresarnos pasa por recoger flores en el mercado, decidir cómo tomar el café cada mañana, escoger un color para la pared de la casa sin ninguna razón aparente o pasar los domingos leyendo revistas de diseño interior.}
Desde chica desarrollé interés por la ropa y los hoteles grandes. Me gustaba la gente, los almuerzos en lugares bonitos y el orden en los procesos de la casa. Vengo de una familia de clase media y crecí en provincia. No me llevaron a Disney pero tampoco me negaron el entretenimiento saludable que cualquier persona necesita para reconocer gozo mientras crece.
En la dinámica de muda a la capital para estudiar la universidad se abrieron para mí varias posibilidades de disfrutar la vida, y cada día de una manera distinta. Una galería de arte, un desfile de moda, una exposición de diseño interior, los premios a los mejores restaurantes, tiendas de marcas de lujo o simplemente una tarde de verano viendo el sol que —en la sierra— no se oculta con esa luz naranja intenso.
Recién llegada el 2008 y con muchas dudas de pertenencia entendí que mi búsqueda era ambiciosa. Quería expresarme a través de mi ropa, las revistas que compraba, las terrazas donde pasaba los fines de semana y las películas que veía (y que por supuesto contaba que veía). Expresarme era un imperativo, y las redes sociales contribuían (como hasta ahora) a llevar todo en actas.
La huella de mis historias me hizo llegar a ciertas conclusiones.
Mientras “estilo de vida” es un conjunto de hábitos que compone la manera de llevar la vida; “lujo” es eso, pero en superlativo. Lujo es vivir esmeradamente, lo mejor posible (con lo que se tiene o se puede tener).
Lujo no son solo las marcas de lujo, lujo es el espíritu con el que uno explora su vida. Es una manera de acercarse a ella —jamás perfecta— pero siempre con intención, cuidado y dedicación.
En contraposición, lujo no es algo a lo que solo una élite puede aspirar ni tiene que ver únicamente con el precio de los bienes. Eso son, claro, las marcas de lujo. Estas son representaciones de los ideales de una vida de lujo, pero no son nada más que el reflejo de lujo en sí.
Si uno quiere cortar camino para una vida de lujo comprando marcas de lujo, creerá que las cosas caras son medallas; cuando estas bien podrían ser la consecuencia de un camino transitado por motivos más nobles.
He visto personas con vidas de “lujo” que prescinden de marcas de lujo por presupuesto; pero la esencia del lujo está. Se puede reconocer en su propia energía, en sus entregables en el trabajo, en su calma para escuchar las historias de sus amigos, en su disfrute de la comida consciente o incluso (y por supuesto) en su buen humor. Y al mismo tiempo he visto personas llenas de estampados de marcas de lujo que no revelan nada más que una fuerte necesidad de símbolos de status. Estas últimas son aún más fáciles de identificar, están cortando camino, se nota, yo fui hace algunos años una de ellas.
Sigo siendo yo.
Desvincularme del círculo lujo-por-status tomó tiempo. Sobre todo porque tengo un negocio vinculado a marcas de lujo y porque entendí que la salida no pasaba por alejarme de algo que —además— me gustaba.
Decidí bucear en el asunto.
Entendí que uno se promete cosas cuando compra marcas de lujo, se suscribe a los ideales de una marca de lujo; se acompaña de estos símbolos para construirse. Y, sobre todo, comprendí que el momento en el que uno sacrifica dignidad o salud emocional por conseguir marcas de lujo, se condena a estar gobernado por ellas y no viceversa.
Acercarme al lujo desde una mirada consciente me permitió exigirme más, soñar más. El lujo entendido en su esencia puede ser el motor para ratificar las sospechas que tenemos sobre nosotros mismos. Soñarnos y alcanzarnos desde los ideales de una vida de lujo puede bien ser el camino que nos genere un mayor grado de autenticidad: el atributo más valorado de nuestra era.
Ya lo tuvo muy claro La Agrado en Todo Sobre Mi madre (Almodovar, 1999): “Una es más auténtica, cuando más se parece a lo que ha soñado de sí misma”.