¿Somos el contraste de otras épocas? ¿Un ciclo que se repite con ganas de ver si alguna sorpresa aguarda en la próxima vuelta?
{Racionalizar la edad parece ser un acto involuntario. Pensamos en un balance inmediato que justifique la juventud perdida que tan buena prensa tiene. Nos dedicamos a medirnos con varas durísimas días antes de nuestro cumpleaños y le rendimos cuentas a nuestro juez interno que quiere creer que todo lo que tenemos depende solo de nuestro mérito mas no de nuestra suerte.}
Crecer implica reflexionar, al menos un poquito, sobre nuestra existencia. Es mirar hacia adelante y hacia atrás para sentir la ansiedad natural de los “porqués” y los “paraqués”. Implica pensarnos, resolvernos y alentarnos a seguir remando con lo que sea que venga, lo que toque; como el Gallo Camarón de Chabuca Granda.
Reconocer que andamos siempre en conflicto interno y que eso está bien es un bonito regalo de mis treinta.
Me doy cuenta de mi manera de caminar sin prisa y con mejor postura, de mis movimientos sutiles para bailar salsa pisando en mi sitio (sin dar tantas vueltas) y hasta de la manera que tengo para narrar mis historias (ahora con más autocrítica y menos quejas).
Respiro con los labios sueltos y la lengua despegada del paladar. Parece que ya no tengo que probarle nada a nadie. Mi nombre es un sello que está en la mente de mis vínculos más cercanos, y quiero creer que esa suerte de predictibilidad se ha convertido en mi reputación.
Recuerdo que hace unas semanas, “manoleando” en la terraza de la churrería Manolo, hice una lista de todas las cosas que me gustaría seguir haciendo sin importar cómo se distribuyeran mis fichas en el futuro. Intereses simples que están en mí como si se abastecieran de entusiasmo por sí mismos. Cosas que pudiera hacer en cualquier ciudad, con no tanto dinero y con pocas o muchas responsabilidades extra.
La lista incluye leer revistas de estilo de vida que inspiren el diseño diario de mis rutinas, hacer deporte consistentemente para activarme y estar en movimiento, trabajar desde donde sepa que puedo aportarle valor a los demás, escribir mis ideas como vengo haciendo en esta web, vestirme de modo que reconozca que soy yo sin imitar a nadie, tomar fotos que capturen momentos de exploración desde mi iPhone en modo flâneur, explorar arte y las conversaciones sobre arte, dormir bien, bailar salsa frente al espejo para sentirme viva, hacer casa de mi casa (valga la redundancia), seguir aprendiendo a dar amor sano y, por supuesto, viajar a las ciudades del mundo que me permitan crear recuerdos que luego atesoro y que me animan a más aventuras.
El diseño de mi propio estilo de vida es la herramienta que mejor me funciona para encontrar momentos de bienestar. Un diseño que estructura mis preferencias y las hace encajar sin volver rígida la exploración de mis días.
Ya en los treinta uno tiene la libertad absoluta de decidir sus hábitos y la mejora de ellos en función al performance público y privado de sí mismo. Creo que estamos lejos del terreno del destino y más en la arena de la posibilidad. Y aunque nadie puede decidir su cuna ni quién la mece, aún podemos decidir cómo componer nuestra propia historia.